Aikido y la esencia perdida
Nuestro estimado Jordi comienza su periodo vacacional sugiriéndonos una reflexión acerca de los objetivos de un budo y de cómo el contexto cultural puede modificar la percepción que se tiene de ellos. Interesante lectura para estos días de asueto.
Aikido y la esencia perdida
Por Jordi de Groot
Creo que hay mucha gente que puede tener problemas para comprender verdaderamente el Aikido. Yo el primero, por supuesto. Por eso voy a dedicar unas palabras a la reflexión.
Muchas personas se sienten atraídas por el Aikido buscando el entrenamiento físico necesario para dominar sus técnicas. Sin embargo, en ese afán de concreción y análisis, cuando llevamos muchos años, podemos caer en el riesgo de perdernos en discusiones académicas y desviarnos de lo que realmente persigue esta práctica.
Los movimientos del Aikido no nacen de fórmulas mecánicas, sino de la ley universal que impregna todo cuanto existe. Es cierto que para mejorar el aprendizaje se recurre a ellas, pero en la medida que evolucionamos en la práctica debemos de desprendernos de ellas. Por tanto, debemos profundizar en el equilibrio natural y restablecer la armonía entre el ser humano y lo divino. O mejor, entre los seres humanos y lo divino. Buscar despertar en nosotros el recuerdo de nuestros orígenes: la lucha y la evolución de la vida en el vasto escenario del tiempo y el espacio. Buscar la experiencia de la belleza y la fuerza de esa evolución y reconectarnos con el Todo.
Creo que, en Occidente, el Aikido tiene un desafío particular: al no ser japoneses, nos resulta muy difícil asimilar por completo su dimensión espiritual. Tendemos a reproducir aquello que podemos comprender—el aspecto físico, las técnicas, los movimientos—pero dejamos de lado gran parte de su esencia porque se nos escapa un trasfondo cultural y místico que no terminamos de captar.
Por tanto, al occidentalizarlo, tendemos a olvidarnos de las raíces espirituales. Nuestro sesgo independiente y pragmatismo nos impiden percibir la frágil interdependencia entre nuestra vida y la de los demás. Al quedarnos en el plano físico, sacrificamos la reverencia hacia la naturaleza y las leyes cósmicas que sustentan la existencia. Si verdaderamente cultiváramos respeto, amor y gratitud en el uso de los recursos naturales, protegeríamos el entorno, enriqueceríamos la sociedad y, en última instancia, nos protegeríamos a nosotros mismos.
Para mi, el Aikido es la defensa de la vida; no se trata de dominar al prójimo, sino de preservar los principios más esenciales de supervivencia. Sin alimentos, agua limpia y aire puro, ninguna técnica de combate tendrá valor real. Para mi, este es el significado del Budo: no un mero arte marcial, sino un arte para salvar y nutrir la vida. Por eso, muchos grandes maestros renunciaron al sable y volvieron a la tierra, entendiendo que la verdadera lucha se libra en el cultivo de la vida misma.
En nuestra sociedad de consumo rápido, donde abunda el despilfarro y el egoísmo, cada acto de pereza o desperdicio se convierte en un crimen contra la naturaleza. Al perder el trasfondo espiritual del Aikido, nos alejamos de la paz y de la armonía. Solo reconociendo y practicando ese respeto profundo por las leyes naturales lograremos preservar nuestras vidas, las de nuestros hijos y las de las generaciones futuras.
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